Crece con Maestría

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La historia del hielo: 2 lecciones al emprender. 🤩

Hoy, si quieres hielo, solo debes ir a tu refrigerador, pero antes no era tan fácil a menos que vivieras en una región fría. Desde hace siglos, egipcios, griegos y luego romanos se las ingeniaron para traer hielo desde montañas nevadas o lagos congelados, lo transportaban envuelto en pieles y luego lo conservaban en construcciones especiales o pozos, evidentemente sólo las clases altas tenían acceso a él.

La popularización del agua congelada vino hasta el siglo XIX, y todo por un soñador de Boston llamado Frederic Tudor, quien bromeaba con su familia al respecto de llevar hielo a todo el mundo, especialmente a regiones tropicales, idea desafiante que comenzó a hacer realidad consiguiendo dinero prestado y logrando un primer embarque a la isla caribeña de Martinica en 1806, su lógica era consistente: si un lugar caluroso no tiene acceso al hielo, será un éxito si alguien logra llevarlo ahí… pero eso no pasó, los isleños no entendían el sentido de alterar sus bebidas con el nuevo producto, por lo que el hielo y el sueño de Tudor se derritieron en aquel momento.

Pero Tudor no se rindió, habló con los dueños de los bares sobre lo bueno que sería poner hielo en las bebidas, enseñó a los restauranteros a fabricar helados y habló con médicos para explicarles las ventajas de usar hielo en ciertos tratamientos, al final su idea permeó y su empresa despegó, pero ahora debía resolver el problema de hacer eficiente y constante la entrega de un producto tan frágil, así que se dedicó a mejorar cada proceso.

Debemos recordar que por entonces, el hielo se recolectaba, no se fabricaba, así que había que inventar formas y mecanismos para cortarlo, almacenarlo y transportarlo con cuidado, Tudor lo hizo bien, en 1833 logró enviar 180 toneladas a la India y, aunque llegaron solo 100 en buen estado, dio inicio la democratización mundial de ese gran producto.


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La historia de Tudor deja las clásicas lecciones de no rendirse y ser creativo, pero te sugiero concentrarte en dos: al emprender, aunque te parezca evidente la necesidad de tus clientes, quizá ellos no sepan que la tienen, o quizá están acostumbrados a lo que hay alrededor, entonces debes dedicarte a evangelizar los beneficios de tu producto, necesidad no quiere decir demanda, ésta segunda hay que estimularla; por otro lado, claramente debes tener un producto o servicio superior, pero aún así debes resolver su entrega, alinea y pule todos los procesos que la generen en las condiciones que le hagan bien a tus clientes, construye esa plataforma para que puedas entregar valor permanentemente, hazlo con Maestría.

Fe y oficio.

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